Un amigo me ha enviado
estas líneas que transcribo:
“Desde hace unos
veinticinco años me dedico a la enseñanza: saqué mi carrera y mis
oposiciones, tuve que separarme de mi familia durante siete años,
por diversos traslados; me acerqué a mi localidad, aunque no lo
suficiente y, durante otros cinco, iba y venía al instituto en
coche. Tuve dos accidentes, porque no siempre las carreteras están
tranquilas y no todos los conductores prefieren cuidar de sí mismos
y de los demás. Finalmente, llegué a mi destino actual, un centro
de barrio, con alumnado de diferentes niveles socio-económicos y
culturales.
Durante los meses en que
he estado reponiéndome de gritos de madres, gritos de niños y
niñas, faltas de respeto, reuniones de tutores, de equipos docentes,
departamentos, evaluaciones, claustros, consejos escolares, equipo
técnico, reclamaciones, lectura de la normativa nueva, lectura de la
normativa posterior que derogaba a la anterior, correcciones,
consultas, planificación posible y comienzo desde el principio, he
tenido que oír que los maestros no trabajamos nada, que tenemos
muchas vacaciones, que lo ganamos bien, que tenemos un trabajo seguro
y no sé cuantas opiniones más; y ninguna positiva. Y ahora, sin
haberme recuperado de estas palabras de una sociedad que nos machaca,
que no comprende que un buen hijo no podrá nunca fiarse de quien sus
padres denigran, de unos gobernantes que no dicen que ganamos menos
que hace seis o siete años, que nos usan como epígrafe de programa
electoral y de una administración que nos confunde, mientras nos
exige, ahora me dispongo a comenzar un nuevo curso.
El primero de septiembre
ya estuve corrigiendo y he tenido la mayoría de las reuniones que
enumeraba; después, me he dedicado a preparar mis clases, el
programa de acogida, la conciliación con mi familia y me he inscrito
en dos cursos de perfeccionamiento, uno para usar las pizarras
digitales y otro de interculturalidad.
Los bancarios, que ganan
más que yo y salen a las tres, me siguen diciendo que tengo mucha
suerte; y también el fontanero, que no acabó la secundaria. Los
empresarios no, ellos sencillamente nos ignoran.
Y te pregunto, amigo
Juan, ¿de dónde saco yo las fuerzas para hacer las cosas como deseo
hacerlas?”
La carta continuaba un
poco más y acababa con este chiste ya conocido de Forges:
-¿Profesión?
-Animadora, educadora,
actriz, maestra, psicóloga, guía turística, acompañante,
traductora, ponente, lingüista, psiquiatra, diseñadora, formadora,
escritora, dibujante, gesticuladora y paseante.
-Todo eso no cabe.
-Pues ponga, “profe
español”, que es lo mismo.
Mi respuesta ha sido que
no presumiera tanto de lo que iba a hacer, porque todo lo hará bien.
Y me ha escrito: “Es
cierto, Juan, cada vez me gusta más esta profesión”.
HuelvaYa.es,
12/09/2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario