Respeto
a quienes viven la tauromaquia, aunque este respeto permita muchos
matices. Me parecen auténticos, aunque no comparta su afición ni
sus turbaciones. Sin embargo, lo de los sanfermines es otra cosa, que
poco tiene que ver con los toros y mucho con las fiestas ancestrales
de los ancestrales pueblos de España. Me refiero a los encierros,
claro, no a las corridas, a eso de vestirse de blanco, coger un
periódico y ponerse a correr, o a hacer bulto, a ver si hay suerte y
el toro no pasa por tu lado, o a ver si hay más suerte aún y te
empitona por los glúteos.
La
culminación llega cuando los adolescentes comunitarios, borrachos
como cubas, se enrolan en el espectáculo y las televisiones todas
los sacan escayolados, desnudos y sangrantes y los convierten en
personajes del día.
Por
supuesto que existen héroes legendarios, como el tal Julen, que
enseñaba en su web a correr los encierros; y ocasionales, como los
que han tenido el dudoso honor de ser vapuleados y el ayuntamiento
les ha puesto una cama, de hospital, naturalmente.
Verán,
me parece una barbaridad que se tire una cabra desde la torre de la
plaza y que se burle la fiereza de un astado, embolándole los
cuernos con madera o guata. Me parece antiguo, igual que correr
encajonados delante de las ganaderías más prestigiosas; y no
entiendo ese favoritismo barnizado de leyenda de lo que no es más
que lo que se ha visto a diario en los programas de noticias: miedo,
caídas y atropellos de quienes muchas veces no podrían esquivar ni
a un caracol.
Nadie
puede encontrase ya a Hemingway en Pamplona, aunque sí su estampa,
rechoncha y alcohólica, en unos mozos que quieren tener sus minutos
de gloria, aunque sea a costa de los verdaderos corredores y de la
Sanidad que les pagamos todos.
HuelvaYa.es,
04/07/2015
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