Iriarte
cuenta en sus Fábulas
que un oso estaba ensayando una danza y, al ver a la mona, le
preguntó su opinión. Esta le dijo que lo hacía muy mal, aunque el
cerdo, que también estaba presente, lo vitoreó fervorosamente; por
lo que el oso –bailarín equívoco, pero astuto- concluyó que
cuando la primera lo desaprobaba, pudo dudar, pero que, si el gorrino
le había alabado, muy mal debía de bailar. La moraleja es que
“nunca una obra se acredita tanto de mala, como cuando la aplauden
los necios”.
Me
encandila esta visión de las apreciaciones ajenas, porque retrata lo
que ocurre no solo en el mundo del arte, sino en el terreno de los
comportamientos humanos. En esta ocasión, ni me refiero a ciertos
premios literarios, ni a los criterios del Circuito Andaluz de la
Letras, cuyo nombre está bien puesto, ya que sus autores no
responden a la calidad, generalmente, sino a la velocidad en
arrimarse a quien corresponda; no, no me refiero al baile, ni a la
música, sino a la manera que se tiene de valorar las conductas y las
opiniones cuando quien lo hace es quien no sabe o, lo que es peor,
quien tiene intención de hacer lo contrario.
Si
los republicanos fueran cuatro gatos, la delegada del desorden
público de la capital del reino no se hubiera tomado tantas
molestias en reprimirlos. Si las reformas de la Constitución no
llevaran consigo una disolución del gobierno, no habría tanta
necesidad de evitarlas. Si no se tuviera miedo a la opinión ajena,
no tendría nadie que molestarse por una chapa, bandera o por un
resultado electoral.
Muchas
veces se consigue lo contrario de lo que se pretende; por ejemplo, un
tal Moreno Bonilla, presidente a la sazón de los populares
andaluces, dijo desde el principio que Susana Díaz aspiraría en
este momento a la secretaría general de su partido; y entonces lo
tuve claro, la presidenta se quedaría en nuestra tierra, como así
ha ocurrido. Un tal Marhuenda, que chorrea malicias contra cualquier
tipo de izquierda en las tertulias televisivas, me parece un gran
activo del voto antipepé, en contra de lo que él mismo desea. Y de
la misma manera, el ninguneo general a las disidencias y el
nacionalismo español del actual gobierno fomenta otros
nacionalismos, más viscerales que de convicción.
La
moraleja nos lo recordaba: No te dejes alabar por los enemigos,
porque entonces estarás perdido; y sigue siendo así, por lo que más
vale ser cautos en las alabanzas y mirar con meticulosidad la
situación y su contexto, no vaya a ser que, como en la fábula, unos
aplausos de dudosa procedencia logren el efecto contrario que
apetecían. Además, no es tan grave recomendar a algunos osos que
dejen ya de bailar y que los oseznos salgan de una vez a las pistas.
(HuelvaYa.es, 22/06/2014)
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