No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


jueves, 15 de agosto de 2013

Madurar

Que madurar sea decepcionarse, como me dijo hace años mi amiga Teresa Gª Rosales, me parece una exageración. Que sea no sorprenderse, pues sí; que sea no sonrojarnos, de acuerdo; y que sea acostumbrarse a que nos fallen los que creíamos más fieles, puede. Pero decepcionarse es demasiado; sería caerse del árbol de maduros, como le dije.
Y la verdad es que cada día aceptamos las barbaridades más insospechadas con la más insospechada naturalidad: Atentados, muertes, asaltos, fraudes y violencia. Tendríamos que hacer algo, se comenta, pero la odiosa o ansiada monotonía nos sepulta con horarios e imposibilidades y esperamos, no sin zozobra, el próximo sobresalto.
Dentro de este caos de sensaciones y sentimientos, la crueldad de cierto oficio que llamaban periodismo, los constantes asesinatos domésticos, la indolencia de muchos jóvenes, la arrogancia y las mentiras, o ambas, de los dirigentes periféricos, la falta habitual de respeto, la confusión entre poder adquisitivo y dignidad, los sálvames televisivos, todo lo que se cuece alrededor del fútbol -escupitajos incluidos- y los medios que se utilizan para ello, las actitudes irreconocibles de muchos gobernantes, las ridículas y anacrónicas monarquías y sus émulos vaticanos y, en consecuencia, el comprender que ya no queda nadie que nos represente, nos deja -cuando lo pensamos- en una justificada y extraña impresión de desbordamiento.
A pesar de todo, espero que madurar sea únicamente no ruborizarse y, sobre todo, no arrepentirse de lo que se es y de lo se ha sido, aunque alguna equivocación adolescente se nos cuele y nos venga bien, de vez en cuando.

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