Un padre pedía en las cartas al director de un periódico que
multasen a su hija adolescente porque se negaba a llevar el casco en
la moto y amenazaba con ir contra los ediles de turno si le pasaba
algo. Pero ya les está pasando algo a mucha gente, las compañías
aseguradoras han puesto sus pólizas por las nubes o se niegan a
hacerlas y se está deteriorando la imagen de una ciudad que se deja
asaltar con demasiada frecuencia.
El aumento de efectivos policiales, sin más, no parece la solución.
El hecho de que un padre no pueda obligar a sus hijos a una medida
tan conveniente y que, además, manifieste su indefensión es un
reflejo de que aquel respeto del que nos hablaban los mayores no se
ha perdido ahora, sino mucho antes. Quizá habría que pensar que más
que la delincuencia, ha aumentado la marginación y su enaltecimiento
absurdo y, por eso, ser correcto o educado puede parecer un
comportamiento inapropiado para una juventud ávida, como siempre, de
señas de identidad.
El día que se acepte que la autoridad y esa palabra tan
incómoda para algunos, pero necesaria, que es disciplina, sirven,
cuando se usan convenientemente, para garantizar los derechos de
todos y la libertad, habremos dado un gran paso hacia adelante. Y con
lo que está cayendo, mejor que sea cuanto antes.
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