Las
frases hechas reflejan una parte importante del ingenio y de los
referentes culturales de las lenguas, como lo podemos apreciar en las
locuciones de nuestro idioma que se refieren al tema de la muerte.
Unas
veces señalan la condición de una persona o una cosa; por ejemplo,
un objeto o un lugar de mala muerte es algo de ínfima categoría,
pobre, como lo es un muerto de hambre, o quien no tiene ni donde
caerse muerto. Sin embargo, ser una mosquita muerta es tener una
determinada forma de comportarse, igual que los que se quitan el
muerto de encima o el que le echa el muerto a otro. Se trata ahora de
actitudes, como ir a muerte, o hacerse el muerto, o cargar el muerto
o pensar –y mucho más, expresar- que algo está de muerte. También
existe levantar un muerto, que es cobrar fraudulentamente una deuda
de juego, ser una muerte e ir a vida o muerte. Y mucho más: Al
hablante no le basta con la denotación y deja que la imaginación
supla lo que le falta al raciocinio.
Que
la fiesta de Todos los Santos esté perdiendo su sentido único y
lúgubre y que la gente se reúna, se disfrace y se asuste o se ría
puede traer, además de la convivencia de culturas (como
decía Papini, “nada es nuestro”, todo lo trajo alguien alguna
vez), la apertura del léxico a significados paradójicamente
más felices.
En
lo que todos estamos de acuerdo es que hablamos de la muerte porque
estamos en la no muerte, en la vida y, con esto ya hay razón
suficiente para estar alegres y celebrarlo, si no saliendo la noche
del treinta y uno con aspecto fantasmagórico, comprendiendo por lo
menos a quienes se agarran más a lo que palpita que a lo que yace, a
la broma que al rictus y al culto a la juerga que al culto a los
cementerios.
Que
los tiempos nuevos traigan nuevas formas de divertirse y encontrarse,
para enterrar (hay que ver el idioma) el llanto y la nostalgia sin
sentido.
(Basado en un artículo publicado en “El Correo de
Andalucía”, 05-11-2002)
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